Cuando uno estudiaba en los libros de Historia de bachillerato el siglo XIX español, era habitual que a los liberales se les distinguiese en dos grupos: conservadores y progresistas. A pesar de lo reduccionista o simplón que dicha distinción pueda parecernos a simple vista, lo cierto es que resulta ser bastante acertada y nos dice mucho de lo que significa ser liberal.
El liberal conservador es el que planta la semilla pero no quiere que germine y crezca, entonces se pone furioso cuando ve despuntar un tallo y unas hojas, y por miedo a que se vuelva un arbusto y después un árbol, intenta acabar con el tierno brote. Se niega a reconocer que quizás la semilla que quiere plantar es peligrosa y se engaña a sí mismo pensando que el hecho de plantar esa semilla es compatible con no alterar el orden natural del bosque. O incluso, en el culmen de su autoengaño, se niega a reconocer la existencia de ese orden natural. Haciendo uso de otra metáfora, el conservador es el que hecha sal a la sopa y no quiere que ésta se sale.
Por otro lado, el liberal progresista es el que parte de los
mismos principios que el conservador pero es consecuente con ellos hasta el
extremo, dejando que se desarrollen. Es el que deja crecer el árbol, abonándolo
y regándolo. Ignora muchas veces qué tipo de semilla ha plantado, simplemente
quiere verla germinar y echar raíces, sin responsabilizarse del tipo de frutos
que eventualmente el árbol pueda dar. Tampoco le importa si hay o no un orden natural, pues piensa que un crecimiento (progreso) ilimitado del árbol es lo mejor para el bosque.
La izquierda es la que suele asumir el papel del liberal
progresista, mientras que la derecha el del conservador. A veces sucede que uno
que se dice de izquierda, viendo la aberración en la que se ha convertido ese
árbol, pues se ha manifestado como lo que realmente es, manchando todo a sus
alrededor con sus frutos podridos y apestando todo con su hedor, quitando el
sol y el agua a otros árboles hasta matarlos
y volviendo yerma la tierra,, en definitiva, viendo cómo el árbol ha
acabado convirtiéndose en lo que realmente es (una especie invasora que quiebra
el orden natural) intenta acabar con tanto mal aludiendo a esos principios (la
semilla del árbol, la sal de la sopa), pensando ingenuamente que si uno vuelve
a ellos (planta la semilla pero impidiendo que germine) la naturaleza volverá a
su ser y recuperará la estabilidad perdida. A veces, se contenta con podar un poco el árbol, ignorando que éste volverá a crecer con más fuerza. De ahí, que de vez en cuando algún
ingenuo liberal izquierdoso haga un esfuerzo por fundar un nuevo partido,
presentándose al mundo como “la verdadera izquierda”, “el renovador de los
principios” y cosas semejantes, creyéndose en el fondo (a veces sin saberlo)
nuevos mesías. Y la derecha, que es muy ingenua y siempre anda a la zaga de sus
siniestros rivales, aplaude la iniciativa, pues en el fondo, liberal de
izquierda y de derechas, conservador o progresistas, son lo mismo, idéntica
semilla.
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