Los jóvenes de hoy en día anhelan una cosa por encima de todas: dinero. Viven preocupados por él, pues nunca es suficiente para satisfacer el infinito deseo de acumulación de bienes materiales. Ese sinvivir generalizado les mueve, entre otras insensateces, a depositar sus esperanzas en gurús que prometen riqueza en muy poco tiempo y nada de esfuerzo. El trabajo honrado y humilde de toda una vida ya no vale si no es para hacerse millonario. Para ellos tiene más valor una abultada cuenta corriente que formar una familia, por ejemplo. Y es llamativo que muchos tienen la suerte de gozar de una vida bastante acomodada, pero al parecer su apetito de poseer es insaciable.
Se dice que la causa de esto es que a nuestros jóvenes les ha tocado vivir en una época demasiado hostil (sucesivas crisis económicas, inestabilidad laboral, pandemia) en las que el dinero escasea. Hasta cierto punto es verdad, pero no creo que haya habido ninguna generación de jóvenes que lo hayan tenido fácil. A nuestros mayores, por ejemplo, les tocó afrontar la pobreza y hambre de la posguerra y, hasta donde conozco, no tenían ese afán de riquezas que sí percibo hoy en día, sino que simplemente se conformaban con lo que tenían. Se asocia el éxito con el dinero y, lo que es aún más pernicioso: dinero con felicidad. Soy consciente de que el dinero es necesario, pero hacerse esclavo del “poderoso caballero” es renunciar a vivir dignamente. La vida no está en tener cada vez más y mejor, sino en disfrutar de las cosas sencillas que nos rodean.
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