Se acaba el curso y, como todos los años, los profesores instan a los alumnos a rellenar las encuestas de evaluación del profesorado. El objetivo es medir la calidad de la enseñanza universitaria, pero lo curioso es que ésta calidad no se basa en si el profesor transmite conocimiento a sus alumnos, sino en si el alumno está satisfecho con el “servicio” ofrecido, como el dueño del restaurante que le pide al cliente una buena reseña en internet. Como es de esperar, los alumnos aprovechan las encuestas para poner a parir al profesor que le cae mal, independientemente de si hizo bien su trabajo o no. La calidad se reduce a números, gráficas y encuestas que distorsionan, en muchos casos, el verdadero nivel de los docentes.
A quien perjudica estas encuestas es normalmente al profesor más joven o que ha comenzado a trabajar hace poco, pues se le dificulta ascender laboralmente y se le presiona para que se doblegue a las exigencias de los alumnos. Lo que se produce es que, paulatinamente, la transmisión de conocimiento disminuye, pues ya no importa tanto enseñar como hacer que el alumno esté a gusto y obtenga su aprobado. El docente ya no es una autoridad, es un colega. Lejos de ser una sede del saber y formación académica, la universidad se ha vuelto un negocio. En vez de formar a las personas, es una fábrica de crear jóvenes de una soberbia supina fruto de su ignorancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario