A raíz del documental What is a woman? se me viene a la cabeza una serie de reflexiones.
No termino de entender en qué momento millones de personas, aparentemente sanas, han tenido por bueno y razonable cuestionar lo evidente. Es sorprendente ver como la gente en EEUU (pero ocurre en España igual), ante las preguntas del entrevistador, son capaces de contestar rotundas falsedades con tal de no aceptar la realidad y ser llamados retrógrados. Las respuestas que dan se sustentan en dos ideas que alimentan la esquizofrenia popular generada por la perversa ideología de género: relativismo e individualismo.
El sexo desaparece y es sustituido por el género, un término mucho más ambiguo que permite anclarlo a la subjetividad. Que hay dos sexos es muy fácil de comprobar, únicamente hay que observar lo que uno tiene en la entrepierna y, si nos ponemos más rigurosos, a la configuración de los cromosomas, pero en ambos casos las posibilidades son binarias. De tal manera que, dependiendo del sexo y cromosomas, se es hombre o mujer y parece no haber conflicto al respecto. Para escapar de estos hechos incontestables, la ideología de género propone que ser hombre o mujer no depende del sexo de cada uno, sino de lo que ellos llaman género. Comúnmente, el género se suele entender como el conjunto de características y conductas atribuibles a cada sexo, es decir, los roles sociales que el varón y la mujer tenían en la sociedad. Así, habría unas cosas que son de hombres y otras de mujeres. En principio, ésta explicación daría a entender que, de nuevo, el género es binario. Se es del género masculino o del femenino. Sin embargo, este planteamiento tampoco se ajusta del todo al que rige hoy en día. A pesar de que se mantiene que hay un género masculino y femenino, se abre la posibilidad a que la configuración no sea binaria, sino que contemplan un sinfín de posibilidades diferentes, como los intergénero, género no binario y un largo etcétera en el que no merece la pena ser prolijo. El género no se fundamenta en algo que se pueda corroborar como el sexo, sino que es de libre elección de cada uno según se sienta en cada momento. Cuando se dice que se es hombre o mujer con ello no se quiere referir a si tengo un aparato reproductor determinado, sino a lo que me siento en cada momento.
Hasta aquí podría parecer que uno es de un sexo u otro y de un género que él escoja. Es decir, una misma persona podría ser, por ejemplo, de sexo masculino y de género femenino. Pero no, lo que sucede es que la ideología de género va más allá y lo que hace es eliminar el sexo como factor determinante para distinguir entre hombre y mujer y lo sustituye por el género. Cierto es que en muchos contextos se sigue usando la palabra sexo para referirse a la identidad de cada persona, pero el concepto que está operando es el de género. Se toma la palabra “sexo”, se la vacía de contenido y se la sustituye por el de género, por lo que género y sexo funcionan como sinónimos y se refieren a una única realidad: la identidad basada en el sentimiento. De ahí lo del relativismo como idea que vertebra la ideología de género, pues la verdad es la que siente cada uno en cada momento.
Llegados a este punto, creo que es razonable preguntarse por qué la identidad no se puede fundar en el sentimiento. Si asumimos que esto sea así, hay que llevar el argumento a sus últimas consecuencias: la identidad no se debe quedar sólo en el aspecto sexual, sino que abarca todos los aspectos de la realidad del individuo en relación consigo mismo. Esto significa que podríamos ir más allá y dejar a la libre autodeterminación basada en el sentimiento la identidad nacional (soy francés porque así lo siento), la identidad religiosa (hoy soy musulmán y mañana judío), la edad (nací hace 40 años pero me siento como si tuviese 18, ergo tengo 18) y así con todo los que nos haga ser lo que somos en tanto que individuos. De hecho, ya hay quien dice ser un lobo, un gato (los llamados transespecie) o, cincuentones que dicen ser bebés y todos ellos reclaman ser reconocidos y tratados como aquello que dicen sentirse. El sentimiento no es algo estable, fluye. Siempre he pensado los sentimientos como un río de gran caudal y una corriente muy fuerte en el que nos refrescamos con mucho cuidado, pues de lo contrario, si nos zambullimos en sus aguas, nos arrastra y acabamos ahogándonos. El sentimiento es importante, pero ha de gobernarse por la razón. Además, se nos intenta hacer ver con la ideología de género que el sentimiento individual es sinónimo de verdad. Se cae en el más pernicioso relativismo, pues si la identidad está sujeta al sentimiento, puede darse el caso de que un niño, sin que sea necesariamente su culpa, se sienta su propio padre y, como tal, puesto que no se le puede negar su identidad, empiece a conducir, a beber alcohol y muchas otras cosas para las que se requiera cierta edad. Resulta llamativo cómo la gente tiene miedo de decir a alguien que está engañado, que no es verdad lo que dice y que la Verdad, como la Realidad, es una y el hombre no puede modificarla a su antojo. Todos estos disparates a los que lleva la ideología de género son fruto de filosofías inmanentistas para las que las cosas no son lo que son, sino que todo es en función de lo que perciba el sujeto.
Obviemos por un momento la multitud de géneros distintos que hay y centrémonos en los dos más comunes: masculino y femenino, o lo que es lo mismo para ellos: hombre y mujer. De estos dos, tomemos a la mujer como el sexo de referencia.
Llama la atención que a lo largo del documental, Matt Walsh hace una sola pregunta y ninguno de los adalides de la ideología de género es capaz de responderla: ¿Qué es ser mujer? Es curiosa la respuesta que dan todos ellos: mujer es quien se siente mujer. Caen en un círculo lógico (sin darse cuenta) y emplean en la definición lo que se trata de definir, por tanto su argumentación es totalmente falaz. Si se sienten mujer, es porque ha de haber una serie de características propias de algo a lo que llamamos por ese nombre. Lo primero que se nos viene a la cabeza cuando pensamos cuál podrían ser esos atributos son los órganos sexuales y su capacidad de dar a la luz, sin embargo, la ideología de género descarta que eso haga a la mujer, mujer. ¿Qué, entonces? ¿Los roles sociales, quizás? Esto vendría a decir que hay una serie de conductas que hacen las mujeres, como, por ejemplo, maquillarse, ponerse vestidos, interactuar de alguna manera, entre otras. Sin embargo, esto también me plantea un problema, pues esas conductas ¿responden a una naturaleza o son construcciones sociales? Si responden a una naturaleza, es decir, se actúa así porque es propio de la mujer actuar así, entonces habrá algún elemento diferencial en las personas que nos permita diferenciar a la mujer del hombre y que explique esas conductas. De ser así, las conductas que lleven a cabo las mujeres del todo el mundo serán las mismas independientemente de la raza, cultura y época histórica, pues se apoyan en algo fijo, estático, que es natural, no se puede cambiar. Podríamos pensar que ese elemento son los órganos sexuales femeninos, pero ya hemos dicho que la ideología de género rechaza esto. Parece, por tanto, que han de ser una construcción social. Además, parece que es así porque las conductas que tienen las mujeres no son iguales ni en todos lados ni a lo largo de la Historia. Por tanto, parece que hemos llegado a una definición de mujer: ser mujer es cumplir con los roles sociales y llevar a cabo conductas que se atribuyen a un determinado grupo social al que, arbitrariamente, se le ha designado con el nombre de mujer. Quizás esto es lo que Simone de Beauvoir quería decir con aquella manida cita: “mujer no se nace, se hace”. Es como si la sociedad se hubiese puesto de acuerdo y hubiese dicho que maquillarse, ponerse vestidos, cuidarse el pelo, el gusto por los niños y una larga lista de conductas y roles sociales serán atribuidos a un grupo social al que denominan “mujer”, por lo que todo aquel individuo que se comporte de esa manera, es mujer. Sin embargo, esto tampoco es así, pues recordemos que hemos partido de la premisa de que se es mujer porque uno se siente mujer, por lo que una de esas personas que dice sentirse mujer (y, por ello, es mujer) podría llevar a cabo otra serie de conductas y roles sociales y seguir siendo mujer. Así que esta posibilidad también queda descartada. Además, ocurre que la ideología de género junto con otros movimientos, en especial el feminista, defiende también la abolición de los roles sociales vigentes en la mayor parte de las sociedades por considerarlos frutos de un patriarcado machista (feminismo), que anquilosan la identidad sexual o de género de las personas. Por tanto, por muchos vestidos que uno se ponga o por muchos niños que dé a luz, eso no puede a hacer a una persona mujer. La cosa se complica, porque hemos dicho que ser mujer es sentirse mujer, pero ¿qué es ser mujer si no hay una manera determinada de sentirse mujer? Es tan mujer la que dice sentirlo y ha parido tres niños, se pone vestidos y le gusta cocinar, como la que tiene pene y testículos, el pecho peludo, una barba hasta el ombligo y le gusta pasearse en una Harley Davison escuchando rock and roll.
Analicemos el mencionado argumento de que ser mujer es sentirse mujer. A mí me salta a la cabeza una pregunta: cómo es sentirse algo que de lo que no hay una definición concreta. Quiero decir, si por ejemplo siento un dolor de estómago muy fuerte, ¿puedo decir que me siento “mujer? O si estoy muy contento, ¿puedo decir que me siento mujer? Parece que no. Entonces, ¿qué clase de sentimiento es el que te hace decir que eres mujer? Yo soy mujer porque… porque ¿qué? ¿Qué sientes? Imaginemos por un momento una persona ajena a la ideología de género o tu madre a la que preguntas si es mujer (quizás te mire un poco raro), a lo que contesta afirmativamente, por lo que le pides que explique qué le hace sentirse mujer, a lo que ella contesta que, dejando de lado su sexualidad y maternidad, ella es mujer porque menstrua, por ejemplo (puede ser cualquier cosa). Pues bien, ahora hay un individuo de dos metros con pene y testículos, una gran barba y muy velludo que dice sentirse mujer. Creo que es coherente preguntarle si acaso él menstrua o si es capaz de sentir el dolor que ello conlleva. Creo que podríamos decir sin temor a equivocarnos que su respuesta será negativa: claro que no menstrua y, muchos menos, siente dolor menstrual. Me es muy difícil entender qué siente alguien como el individuo del ejemplo cuando dice ser mujer.
Pero concedamos por un momento que la definición de mujer como una persona que siente serlo es correcta. Pues bien, no entiendo por qué, si esa persona que dice ser mujer y tiene pene, querría operarse para reconstruir sus genitales y transformarlos en una vagina. ¿No bastaba con el sentimiento para ser mujer? ¿Para qué operar? Sustituir el pene por la vagina supone una contradicción de acuerdo con la ideología de género, pues el sentir no basta para ser mujer, sino que para identificarse como tal adquieren unos rasgos físicos determinados, de lo que se deduce que para ser mujer se ha de tener al menos vagina, pues si no, no se operarían. Con esto no quiero decir que por el mero hecho de operarse ya sean mujer, pues por mucho que yo diga que soy Spiderman y me ponga una careta no lo soy. Además, a pesar de que se operen para tener vagina, no pueden tener hijos. Hay otros que no se operan pero consumen medicamentos para modificar sus hormonas y adquirir ciertos rasgos físicos como crecimiento de pechos o bloquear la testosterona. De nuevo, si lo hacen es porque creen que así se parecen más a una mujer, que vendría algo con unos rasgos físicos determinados.
Cosa similar a la anterior sucede con el argumento que algunos esgrimen diciendo que han nacido en el cuerpo equivocado, ya que nacer con pene no quiere decir ser hombre, según la ideología de género. Pero si unos individuos afirman que son mujeres (pues así lo sienten) y han nacido en un cuerpo en el que se sienten atrapados, que no es el suyo, un cuerpo que tiene pene, entonces se deduce de su argumentación que hay un cuerpo que es propio de mujeres y otro de hombres, pues si no, no dirían que están en un cuerpo equivocado, ya que una cosa así ni existiría, al poder autodeterminar la identidad sexual con un mero sentimiento. Pero los que deciden operarse es como si pensasen que son más mujeres que antes. De hechos, algunos no se hacen llamar así mismo como “mujer transexual”, sino simplemente mujer, que en el pasado tuvo una fase transexual. Pero si afirman esto, viene implícita la consecuencia de que hay unas mujeres que son más mujeres que otras. Según la ideología de género, ¿quién es más mujer: la que dice sentirlo y no se ha sometido a una operación de cambio de sexo o consumido hormonas o la que sí lo ha hecho? ¿O cuándo es una mujer más mujer, cuándo sólo lo siente o cuándo cambia su cuerpo? Parecen dar a entender que la que se siente mujer pero tiene pene es menos mujer que la que se ha operado.
Como vemos, a pesar de todo lo expuesto, creo que todavía sigue sin en pie sin repuesta la pregunta de la que hemos partido: ¿Qué es ser una mujer? Creo que la ideología de género y todos sus adeptos no pueden responderla porque saben que caerían en contradicciones, de ahí que prefieran quedarse en una explicación falaz, un círculo lógico, y tachar de transfóbos o improperios semejantes a los que, de manera más que razonable, se atrevan a cuestionarlos. Si grito que el cielo es rojo y alguien se atreve a contradecirme, puedo aceptar que estoy en un error o, si tengo algún tipo de interés secundario (dinero, poder) por decir semejante mentira, calificar al que me ha corregido de ciego y acusarle de coartar mi libertad. Al final, creo que detrás de todas estas políticas y movimientos que beben de la ideología de género hay dinero, unos pocos que se lucran a base de promover mentiras. Resulta llamativo la desinformación que hay, por ejemplo, con los bloqueadores de pubertad y de hormonas, operaciones de cambio de sexo, tendencias suicidas en transexuales y un largo etcétera. Los estudios o no existen, o están sesgados. De hecho, creo que todas estas prácticas quirúrgicas y médicas son en realidad pruebas de laboratorio que se hacen con humanos como si fuesen conejillos de indias, como de hecho corrobora en el documental una mujer arrepentida de su cambio de sexo. Es también llamativo la poca libertad que tienen de expresarse aquellos que no están dispuestos a tragar con ésta ideología, no hay posibilidad de debate.
Considero que el género no existe, es simplemente una construcción ideológica que se ha hecho a medida para sostener todas las incongruencias de la ideología de género. Es más, de existir, habría únicamente dos y los roles que se asociasen al varón y la mujer vendrían determinados en el mayor número de casos por el sexo. Esta forma de entender el género no está sujeta a la subjetividad de cada uno, sino que el género va unido al sexo de manera indisociable. Es más, sexo y género serían términos equivalentes si los entendemos de este modo. Pero repito, no hay género, sólo sexo. Se es hombre o mujer independientemente de las tareas que uno lleve a cabo.
Todavía queda sin responder la pregunta inicial. Bien, creo que ha quedado bastante claro que la ideología de género no nos puede dar una respuesta mínimamente coherente que satisfaga lo que se pregunta, por lo que hemos de acudir a otras fuentes: la del sentido común. Lo evidente es que una mujer es un ser humano que tiene vagina y cromosomas XX y, hay quien le gusta añadir, elementos necesarios para poder gestar y dar a la luz. Es común que muchos ataquen esta última afirmación argumentando que hay mujeres que son infértiles por lo que no entrarían bajo esta definición. Sin embargo, es un argumento débil, pues al igual que un caballo con tres patas sigue siendo caballo, o un oso panda albino sigue siendo oso panda, la mujer que, por alguna enfermedad o anomalía no puede ser madre, no deja de ser mujer. Ser madre no es un elemento esencial para ser mujer, pero sí que es una diferencia determinante entre las mujeres de verdad y quien dice serlo porque así lo siente. Jamás una mujer transexual, por muy operado que esté, podrá ser madre. La naturaleza es tozuda.
Por otro lado, cuando los defensores de la ideología de género se ven acorralados, utilizan un argumento a la desesperada que vendría a decir algo así como: ¿y qué te importa a ti lo que hagamos con nuestras vidas? Este argumento no es válido por dos razones. La primera es que lo que hacen ellos no sólo afecta a sus vidas, pues la tratan de imponer a los demás. A través de la política, medios de comunicación y la cultura, infiltran sus dogmas y se enfrentan y persiguen a todos los que no comulgan con ellos. Es normal ver en las noticias como a los niños desde pequeños tratan de inculcarles en todo lo relativo a la autodeterminación de sexo/género, o como a los jóvenes les bombardean constantemente en redes sociales con temas relacionados con lo mismo, por mencionar algunos casos. Por ello, es falsa esa acusación de que nos entrometamos en las vidas de los que promueven la ideología de género, pues ellos mismos buscan imponerla en las vidas de los demás.
La segunda razón creo que tiene más peso aun. El hombre es un animal sociable por naturaleza, le interesa lo que le ocurre al de al lado, nos preocupamos por él. Una cosa es inmiscuirse en la vida de los demás, que puede no estar bien, y otra bien diferente es que se nos pida no reaccionar ante una mentira, injusticia o sufrimiento ajeno. Si actuásemos como nos piden transexuales y sus defensores, entonces tampoco nos podría importar el cáncer infantil, las víctimas de violación, las guerras más allá de nuestras fronteras, o los oprimidos injustamente y, en definitiva, todo aquello que no nos afecte directa y exclusivamente a nosotros. Pero está claro que los humanos no nos comportamos así, por lo que al ver a un niño o adulto que quiere mutilar su cuerpo, o dice no ser lo que sus genitales muestran, entonces hemos de intentar corregir y evitar que esas personas caigan en un mal mayor.
Quizás si en su argumento empleamos otras palabras, podemos darnos cuenta de lo que realmente piden: qué más te da que neguemos lo evidente e impongamos a los demás nuestras mentiras para lucrarnos con ello si no te afecta tu vida. Es como si en vez de enseñar que 2+2=4, ésta gente dijese que el resultado es 5, así lo intentasen imponer en las escuelas y encima no permitiesen que alguien les diga que están mintiendo.
También se ve algo similar cuando a la gente le preguntan para dar su opinión sobre el tema, pues muchos dicen que si autodeterminar la identidad en base a un sentimiento les hace felices, allá ellos. Mientras lo que hagan los demás no me quite el sueño, que hagan lo que quieran. Una forma de pensar egoísta y simplona. En vez de corregir y señalar una mentira, es vivir en mi mundo, ajeno a lo que pasa a mí alrededor por cobardía y pereza. Además, no se dan cuenta de que cuando al mal no se le para desde el principio, crece cada vez más hasta que irremediablemente nos acaba afectando y no se puede hacer nada para frenarlo. Si de verdad la gente que emplea esta argumentación cree firmemente en lo que dice, entonces debería ser coherente consigo mismo y abrazar las consecuencias que se derivan de su forma de pensar. Si hemos de permitir a la gente que haga lo que le da la gana bajo pretexto de una aparente felicidad que no turba la burbuja en la que vivo, entonces no se podría castigar al que viola, miente, asesina, prevarica, en definitiva, haga el mal. Al fin y al cabo, tanto este argumento como el anterior que usan los defensores de la ideología de género, se incardinan dentro del individualismo. Pero considero que el individualismo no es conciliable con nuestra natural sociabilidad.
Como mencionaba anteriormente, creo que el problema de la ideología de género y la libre autodeterminación de la identidad es consecuencia de una forma de ver el mundo cuyo origen está en las filosofías inmanentistas. En vez de reconocer la existencia de entes, de una realidad que es la que es independientemente del sujeto, primero ponen la conciencia, el yo, es decir, el sujeto. La realidad la pone el sujeto, no hay una realidad independiente, sino que todo es en función de lo que perciba. A lo que lleva esto es al relativismo e individualismo, entre otras cosas, pues ya no es posible afirmar que la Verdad es una y es la que es, sino que hay tantas verdades y realidades como sujetos haya. La verdad y la realidad pueden quedar diluidas en el mero sentimiento o parecer personal, como es el caso de la identidad sexual. Convendría una revisión de todas estas filosofías y retornar al realismo, pues las cosas son como son y ello es a la vez condición de posibilidad y garantía de nuestro conocimiento. Ante todo, hemos de reconocer lo evidente, pues cuestionarlo no nos hace más sabios, y asentir ante la Naturaleza, que el hombre no la puede cambiar a su antojo.
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