domingo, 7 de enero de 2024

Nuevos liberales

Cuando uno estudiaba en los libros de Historia de bachillerato el siglo XIX español, era habitual que a los liberales se les distinguiese en dos grupos: conservadores y progresistas. A pesar de lo reduccionista o simplón que dicha distinción pueda parecernos a simple vista, lo cierto es que resulta ser bastante acertada y nos dice mucho de lo que significa ser liberal. 

El liberal conservador es el que planta la semilla pero no quiere que germine y crezca, entonces se pone furioso cuando ve despuntar un tallo y unas hojas, y por miedo a que se vuelva un arbusto y después un árbol, intenta acabar con el tierno brote. Se niega a reconocer que quizás la semilla que quiere plantar es peligrosa y se engaña a sí mismo pensando que el hecho de plantar esa semilla es compatible con no alterar el orden natural del bosque. O incluso, en el culmen de su autoengaño, se niega a reconocer la existencia de ese orden natural. Haciendo uso de otra metáfora, el conservador es el que hecha sal a la sopa y no quiere que ésta se sale. 

Por otro lado, el liberal progresista es el que parte de los mismos principios que el conservador pero es consecuente con ellos hasta el extremo, dejando que se desarrollen. Es el que deja crecer el árbol, abonándolo y regándolo. Ignora muchas veces qué tipo de semilla ha plantado, simplemente quiere verla germinar y echar raíces, sin responsabilizarse del tipo de frutos que eventualmente el árbol pueda dar. Tampoco le importa si hay o no un orden natural, pues piensa que un crecimiento (progreso) ilimitado del árbol es lo mejor para el bosque. 

La izquierda es la que suele asumir el papel del liberal progresista, mientras que la derecha el del conservador. A veces sucede que uno que se dice de izquierda, viendo la aberración en la que se ha convertido ese árbol, pues se ha manifestado como lo que realmente es, manchando todo a sus alrededor con sus frutos podridos y apestando todo con su hedor, quitando el sol y el agua a otros árboles hasta matarlos  y volviendo yerma la tierra,, en definitiva, viendo cómo el árbol ha acabado convirtiéndose en lo que realmente es (una especie invasora que quiebra el orden natural) intenta acabar con tanto mal aludiendo a esos principios (la semilla del árbol, la sal de la sopa), pensando ingenuamente que si uno vuelve a ellos (planta la semilla pero impidiendo que germine) la naturaleza volverá a su ser y recuperará la estabilidad perdida. A veces, se contenta con podar un poco el árbol, ignorando que éste volverá a crecer con más fuerza. De ahí, que de vez en cuando algún ingenuo liberal izquierdoso haga un esfuerzo por fundar un nuevo partido, presentándose al mundo como “la verdadera izquierda”, “el renovador de los principios” y cosas semejantes, creyéndose en el fondo (a veces sin saberlo) nuevos mesías. Y la derecha, que es muy ingenua y siempre anda a la zaga de sus siniestros rivales, aplaude la iniciativa, pues en el fondo, liberal de izquierda y de derechas, conservador o progresistas, son lo mismo, idéntica semilla.

 

martes, 21 de noviembre de 2023

¿Bien relativo?

En el presente escrito hemos de examinar si el Bien es relativo, tal y como Luis ha afirmado.

En primer lugar, con el fin de poder entendernos y sacar algún fruto de todo esto, creo conveniente concretar qué entendemos cuando afirmamos que el Bien es relativo. Comenzaré por el término relativo.

Husserl, lógico y filósofo, diferenció hasta tres tipos de relativismo. Aunque lo hiciese con motivo del concepto de verdad, creo que su esquema nos puede servir para este caso. Básicamente, habría un relativismo subjetivista (en este caso, algo está bien si así lo determina el individuo), un relativismo cultural (en este caso, algo está bien si un grupo así lo decide) y un relativismo específico o antropológico (en este caso, algo está bien si una especie, como la humana, así lo decide). Como decía, Husserl se refería a estos relativismos en el ámbito de la verdad. Cuando hablamos de verdad, se ve claramente que ésta no puede ser relativa porque si afirmamos que la verdad es relativa, estamos cayendo en una contradicción (un contrasentido, como Husserl lo llamaba). En efecto, en el momento en el que afirmamos que la verdad es relativa, estamos afirmando una verdad que no es relativa, a saber, que la verdad es relativa. Es decir, habría una verdad: que no hay verdad. La contradicción es patente y el relativismo debe ser descartado cuando nos referimos a la verdad. Además, si la verdad fuese relativa, no habría posibilidad de hacer ciencia. Mantengamos esto presente.

Pero volvamos al tema que nos incumbe: el bien. Aunque bien y verdad no son conceptos idénticos en nuestro lenguaje, la refutación relativista que hace Husserl, se puede aplicar análogamente al concepto relativista del bien. Lo veremos más adelante. Ahora conviene aclarar qué entendemos por “bien”. Digamos que cuando hablamos de bien (al menos en los términos en los que se desarrolló la discusión), lo hacemos en un sentido moral. Estaríamos empleando el término bien en el sentido de moralmente correcto.

Por tanto, creo que podemos estar de acuerdo que cuando decimos que el bien es relativo, nos referimos a que lo moralmente correcto es relativo a un sujeto o colectividad, es decir, que lo moralmente correcto lo decide cada sujeto o grupo de sujetos. Siendo esto así, una acción podría estar bien para una persona o grupo de personas y ser, al mismo tiempo, totalmente reprochable para otros sujetos.

Llegados a éste punto, hemos de pararnos a hacer una aclaración. Leyendo el párrafo anterior, alguien podría pensar que, puesto que hoy en día vemos que a alguien una cosa dice parecerle bien y a otra mal, es una prueba de que en efecto, el bien es algo relativo. Sin embargo, que la gente emplee una palabra de un determinado modo o se comporte de una determinada manera, no es indicativo de que el bien sea relativo. Si la gente tiene una idea relativista del bien no es porque ésta sea así en realidad, sino porque se ha impuesto esa mentalidad. Teniendo esto en cuenta, esos argumentos que tratan de sostener que el bien sea algo relativo apoyándose en hechos históricos o culturales (por ejemplo, el que antaño se lapidase a las adúlteras en ciertas regiones) quedarían invalidados. Porque que algo se haya tratado de una determinada manera, no quiere decir que aquello que tratamos de estudiar en sí mismo considerado sea así. Me explico con un ejemplo: el hecho de que antes se pensase que la tierra era el centro del universo y hoy en día se piense que ese lugar lo ocupa el sol, ni quita ni añade nada a la posición real de la tierra en el universo. Digamos que la verdad de las cosas no varía en función de lo que se opine de ellas. Podemos llamar al rojo azul y al azul rojo, pero lo que es cada color no cambia. Así, el bien será algo determinado independientemente de que antes se dijese de él una cosa y mañana otra.

Es preciso también apuntar que cuando hablamos de que el bien no es relativo, no queremos decir que el bien sea algo como una suerte de ser escondido al que hemos de acceder. A veces, los relativistas, se creen que aquellos que niegan la relatividad del bien, lo hacen porque piensan que hay una idea de bien casi matemática, como un sol que alumbrase todo. Pero esto es una concepción equivocada. Algo parecido sucede cuando se dice que hay una verdad. Mucha gente parece que casi le otorga a la verdad una entidad concreta, casi corpórea. Y no me resisto a decir que sucede similar con la metafísica cuando ésta es presentada como la ciencia que se encarga del ser en cuanto al ser e inmediatamente salta algún que otro listillo constando la inexistencia del “ser”, como si se refiriese a una entidad remota y corpórea que recibe tal nombre.

Dicho esto, continuemos con nuestro breve estudio. Al igual que la verdad es una propiedad de los juicios, el bien es una propiedad de otro fenómeno humano: las acciones. Y tanto los juicios como las acciones morales son actitudes propias del hombre. Decía Aristóteles que una de las cosas que nos distingue de los animales es la capacidad de discernimiento moral, es decir, saber lo que está bien y lo que está mal. Del mismo modo que cuando decimos que la verdad no es relativo, lo que queremos decir es que un juicio es verdadero si lo que se dice se adecua con la realidad; decir que el bien no es relativo, equivale a decir que la acción que el sujeto lleva a cabo está bien o mal moralmente, independientemente de lo que el sujeto entienda por bien. Y me atrevo a afirmar que si en la verdad lo relevante es la adecuación, en el bien lo importante es el fin de la acción. Cuando valoramos una acción, intentamos dilucidar si el fin de ésta es algo bueno.

En este sentido, creo que puede ayudar una escueta mención al principio fundamental que rige la realidad: el de contradicción, que vendría a afirmar que algo no puede ser y no ser a la vez y en el mismo sujeto (con las matizaciones que ello requiera). Por ejemplo, no puedo ser viejo y joven a la vez. Tampoco puedo ser negro y blanco a la vez. Y aquí hay que hacer una matización, pues algún avispado podría argüir que puedo tener una parte de mi cuerpo blanca y otra negra. Por ello antes hemos aclarado que hay que hacer matizaciones, por ejemplo, a ese avispado habría que responderle que no puedo ser negro y blanco a la vez en el mismo punto de mi cuerpo. Por tanto, éste principio nos muestra que las cosas son de una determinada manera que el sujeto no puede variar. Dicho con otras palabras, nadie puede cambiar la realidad. Es además un principio innegable, pues el negarlo ya sería afirmarlo. En efecto, si niego que algo no puede ser y no ser a la vez, estoy afirmando que algo puede ser y no ser a la vez, pero eso ya es ser algo que no es otra cosa. De éste principio básico se deriva otro que dice que de dos afirmaciones opuestas, es decir, la negación y la afirmación, sobre una misma cosa, una de ellas es necesariamente verdadera y la otra es falsa. Si digo que el cielo es azul y alguien me dice que el cielo no es azul, una es sí o sí verdadera y la otra falsa. Es el llamado principio del tercero excluido.

Estos dos principios se ve que funcionan claramente con la noción de verdad, pero creo que puede servirnos para la de bien, pues como antes decía, bien y verdad guardan cierta relación. Pues decir que el bien es relativo, en cierto sentido, violenta estos dos principios, pues, por un lado, afirmaríamos que una acción puede ser buena y no serlo a la vez, y por otro lado, estaríamos diciendo que dos afirmaciones opuestas sobre lo mismo (que algo es bueno y que eso mismo es malo) son ambas verdaderas. Como se ve, entraña cierta contradicción.

Hasta ahora, hemos expuesto argumentos de tipo más “filosóficos”, pero creo que también se puede hacer una aproximación desde una perspectiva más “pragmática”, si se quiere, incluyendo incluso argumentos ad hominem.

Para empezar, afirmar que el bien es relativo implica asumir que no hay ningún acto que sea intrínsecamente malo. Es decir, que actos como el asesinato de bebés recién nacidos, la violación de menores de edad, la trata de personas, la esclavitud o la mentira no son malos de por sí los haga quien los haga, sino que depende de quien lo juzgue, puede estar bien. ¡OJO! Repito la misma advertencia de antes, que alguien pueda decir que una cosa sea de una determinada manera o que en otras épocas se hayan hecho las cosas de una determinada manera, no equivale a decir que la cosa misma sea así. Decir que el bien es relativo quiere decir que todos esos actos pueden estar bien. Sin embargo, a ningún hombre se le ocurriría decir que actos como los mencionados puedan ser buenos de ninguna manera, sino que siempre serán malos sí o sí. Esos actos no están mal porque así lo determinemos nosotros, sino porque son esencialmente malos por ellos mismos.

En realidad, la afirmación de que el bien es relativo es intentar acabar con la idea de que existe una ley natural por miedo a las implicaciones que ello conlleva. El relativismo moral no es el punto de partido, sino de llegada. Se quiere eliminar de los esquemas la ley natural y por ello se acaba afirmando que el bien es relativo. Sin ley natural, cualquier cosa puede estar bien. Ingenuamente hay quien dice que si hablamos de bien y de mal es por cuestiones culturales. Si a Hernán Cortés le hubiesen dicho esto, se hubiese quedado patidifuso, pues uno de los motivos que le llevan a conquistar América es ver las atrocidades que cometían los aztecas poderosos contra su pueblo. Hay otros que afirman que el bien es relativo pero que en aras de garantizar la convivencia, es el Derecho lo que debe determinar lo que está bien y lo que está mal. Es lo que se llama un moralismo legalista, es decir, las cosas están bien si la ley lo permite. Así se entiende que hoy en día haya gente que piense que el aborto o cualquier otro comportamiento (sea polémico o no) es una cosa buena puesto que la ley lo permite. Pero si de verdad es la ley la que determina lo que está bien y lo que está mal, ¿qué nos hace pensar que lo que hoy todos defendemos como bueno apoyándonos en un texto legal mañana no lo sea? Por ejemplo, en unos meses podría promulgarse una ley por la que legaliza el asesinato de aquellas personas que en el metro no dejen sentarse a los ancianos. ¿En serio hay alguien que pueda creer que asesinar de ese modo a gente pueda ser algo bueno? Además, cabría decir que si el bien es relativo, el Estado no se puede erigir como juez y verdugo, no puede tomar medidas punitivas contra sus ciudadanos, pues cada cual obraría de acuerdo a su idea de bien y no habría delito alguno realmente.

Lo que lleva a la gente a negar que hay ley natural es un anhelo de poder hacer lo que uno le dé la gana sin que haya nadie que le diga que lo que hace está mal, porque en el fondo, todos sabemos en nuestro corazón cuándo hemos hecho algo mal, cuando nos hemos equivocado y alejado del bien. Nuestra conciencia nos persigue hasta que reconocemos nuestra culpa. Si uno es humilde, admite su error, pero si uno se envenena con la soberbia, es incapaz de reconocer su falta y, lo que es peor, trata de llamar bueno a lo malo y se vuelve como una serpiente furiosa contra todo aquel que se atreva a señalar su error. En el fondo, el relativismo moral es una teoría que dudo que nadie en el fondo de su corazón sea capaz de creer. Me parece que es más una actitud de conformismo en la que el hombre cobarde se estanca para no tener que pasar por el mal trago de decir que algo está mal. Está claro que denunciar (no en el sentido jurídico) una maldad conlleva un esfuerzo que no siempre se ve recompensado por el resultado, por lo que nos puede resultar más cómodo callarnos y escudarnos en esa idea vaga de que “cada uno es libre de hacer lo que le parezca”. No es más que una actitud de pasotismo, de no enfrentarse a los problemas y quedarse a vivir como un caracol: dentro de nuestra caracola. Algunos lo disfrazan, como digo, de un falso respeto hacia la libertad, pero no es más que un fruto del individualismo en el que nos movemos hoy en día, en el que sólo importa el yo. La verdadera libertad, como nos enseña Aristóteles, se preserva obrando el bien, no haciendo lo que a cada cual se le antoje. Puesto que esto que voy a decir no es propiamente el tema de la discusión, baste simplemente con mencionarlo: es falsa la idea de que cada cual puede hacer lo que desee si a mí no me molesta.

Pero no hace falta irse a casos muy extremos. Decir que el bien es relativo implica que ninguno de nuestros políticos pueda ser criticado, pues en el fondo todas sus decisiones serían buenas si así se lo representan ellos mismos. Salir a protestar contra la amnistía, como ocurre hoy en día, carecería de sentido, pues el Gobierno no estaría haciendo nada malo. Pero tampoco podrían corregir los padres a sus hijos o regañarles cuando yerren, pues todo lo que hiciesen los hijos estaría bien si así lo deciden. No podría existir el arrepentimiento, puesto que no habría mal si uno se convence de ello. Tampoco sería necesaria la educación ética o de valores, puesto que cualquier moral que se formase cada uno sería válida. Como se ve, si damos por correcta la teoría de que el bien es relativo, no podríamos levantar una sociedad (que es lo que sucede hoy en día, puesto que todo es relativo, nos sumimos en el individualismo y se hace imposible la convivencia entre los ciudadanos). Si el bien es relativo, no se puede mantener viva una polis, no puede mantenerse sana una patria. Anquilosa la posibilidad de hacer política y de que cada uno desarrolle una vida plena. Si el bien es relativo, ¿qué sentido tiene defender tu patria, tu familia, la fe, unas ideas, tus proyectos personales, disfrutar con los amigos, enamorarse y amar a alguien de manera incondicional, por ejemplo? Sería igual de bueno hacer éstas cosas como sus contrarias. Decir que el bien es relativo es igualar al amor y al odio, a la verdad y a la mentira, a la unión y la división. Es caer en el nihilismo más absoluto. Ese nihilismo en el que vivimos hoy en día, en el que cualquier valor moral queda diluido, desaparece, pues todo da igual. Ante éste planteamiento, se hace difícil vivir, pues para qué sufrir, por ejemplo. En definitiva, el relativismo moral aniquila al hombre.

La idea de que el bien es relativo es la tentación más antigua que se conoce. Es un intento de igualar al hombre con Dios. La serpiente tienta a Eva haciéndola creer que puede ser como Dios porque si come del fruto prohibido, podrá saber (decidir) lo que está bien y lo que está mal. Es un “seréis como dioses”, no tendréis que obedecer, sois soberanos de vosotros mismos, haced lo que se os antoje. El querer afirmar que el bien es relativo es el ataque a los mandamientos de Dios más directo y a la vez más sutil que atraviesa la historia. Es engañar al hombre con la idea de que dispone de plena autonomía, que no necesita nada más que a sí mismo para completarse.

Leyendo éste último párrafo, alguien un poco sagaz podría acusarme de querer imponer mis ideas a otros, o que yo pienso lo que pienso por mi fe cristiana. Pero ambos argumentos son absurdos, pues pueden ser utilizados en sentido contrario y serían igual de eficaces, es decir, no demuestran nada. Yo podría acusar a un ateo de querer imponer su visión de las cosas desligada de Dios a los demás y que piensa lo que piensa por no tener fe. Como se aprecia, utilizar este tipo de argumentos que no atacan las ideas, sino a la persona que las profiere, no tienen fuerza alguna.

Es quizás con este tipo de argumentos no tan filosóficos, donde se ve más claramente los peligros a los que se enfrenta el hombre de nuestros días (y de cualquier época, en realidad) cuando intenta convencerse de que el bien es relativo.

Baste todo lo dicho por ahora respecto a si el bien puede ser relativo.

domingo, 25 de junio de 2023

¡Alumnos, rellenen sus encuestas!

Se acaba el curso y, como todos los años, los profesores instan a los alumnos a rellenar las encuestas de evaluación del profesorado. El objetivo es medir la calidad de la enseñanza universitaria, pero lo curioso es que ésta calidad no se basa en si el profesor transmite conocimiento a sus alumnos, sino en si el alumno está satisfecho con el “servicio” ofrecido, como el dueño del restaurante que le pide al cliente una buena reseña en internet. Como es de esperar, los alumnos aprovechan las encuestas para poner a parir al profesor que le cae mal, independientemente de si hizo bien su trabajo o no. La calidad se reduce a números, gráficas y encuestas que distorsionan, en muchos casos, el verdadero nivel de los docentes.

A quien perjudica estas encuestas es normalmente al profesor más joven o que ha comenzado a trabajar hace poco, pues se le dificulta ascender laboralmente y se le presiona para que se doblegue a las exigencias de los alumnos. Lo que se produce es que, paulatinamente, la transmisión de conocimiento disminuye, pues ya no importa tanto enseñar como hacer que el alumno esté a gusto y obtenga su aprobado. El docente ya no es una autoridad, es un colega. Lejos de ser una sede del saber y formación académica, la universidad se ha vuelto un negocio. En vez de formar a las personas, es una fábrica de crear jóvenes de una soberbia supina fruto de su ignorancia.


Codicia

Los jóvenes de hoy en día anhelan una cosa por encima de todas: dinero. Viven preocupados por él, pues nunca es suficiente para satisfacer el infinito deseo de acumulación de bienes materiales. Ese sinvivir generalizado les mueve, entre otras insensateces, a depositar sus esperanzas en gurús que prometen riqueza en muy poco tiempo y nada de esfuerzo. El trabajo honrado y humilde de toda una vida ya no vale si no es para hacerse millonario. Para ellos tiene más valor una abultada cuenta corriente que formar una familia, por ejemplo. Y es llamativo que muchos tienen la suerte de gozar de una vida bastante acomodada, pero al parecer su apetito de poseer es insaciable.

Se dice que la causa de esto es que a nuestros jóvenes les ha tocado vivir en una época demasiado hostil (sucesivas crisis económicas, inestabilidad laboral, pandemia) en las que el dinero escasea. Hasta cierto punto es verdad, pero no creo que haya habido ninguna generación de jóvenes que lo hayan tenido fácil. A nuestros mayores, por ejemplo, les tocó afrontar la pobreza y hambre de la posguerra y, hasta donde conozco, no tenían ese afán de riquezas que sí percibo hoy en día, sino que simplemente se conformaban con lo que tenían. Se asocia el éxito con el dinero y, lo que es aún más pernicioso: dinero con felicidad. Soy consciente de que el dinero es necesario, pero hacerse esclavo del “poderoso caballero” es renunciar a vivir dignamente. La vida no está en tener cada vez más y mejor, sino en disfrutar de las cosas sencillas que nos rodean.

Indiferencia

Es habitual presenciar en el transporte público cómo los jóvenes, abducidos por el móvil y con los  auriculares incrustados en las orejas, pugnan por a ocupar los asientos libres sin darse cuenta de que a su lado hay una persona mayor que posiblemente lo necesite. Es uno más de los síntomas de esa perniciosa patología de la que adolecen los más jóvenes hoy en día: la indiferencia que muestran hacia sus mayores. Los ven a su alrededor sin percatarse de lo que tienen delante, son para ellos como las hojas marchitas de un árbol, condenadas a que el viento las arranque y caigan en el olvido. No son conscientes de que por esas venas y arrugados rostros discurre toda una vida, que la mirada de una persona mayor alcanza a ver mucho más que la de ellos y que juzgan con más acierto. Son el genuino tesoro de nuestra sociedad.

Soy joven y todavía no sé mucho de la vida, pero no creo que esta indiferencia sea sana. Mientras que nuestros mayores se preocupan por el mundo que nos han de dejar, nosotros parece que sólo estamos pendientes de nuestro ombligo. ¿Acaso toda una vida bregando no merece respeto y consideración? El futuro no existe, sólo el presente. Es aquí y ahora donde hemos de asentar los cimientos del mañana, pero si no atendemos a los que más saben, si no acudimos a los que ya tienen mucho camino andado a sus espaldas, si no hacemos de los mayores nuestros referentes, lo que construyamos no se sostendrá por mucho tiempo.

¿Qué es una mujer?

A raíz del documental What is a woman? se me viene a la cabeza una serie de reflexiones.

No termino de entender en qué momento millones de personas, aparentemente sanas, han tenido por bueno y razonable cuestionar lo evidente. Es sorprendente ver como la gente en EEUU (pero ocurre en España igual), ante las preguntas del entrevistador, son capaces de contestar rotundas falsedades con tal de no aceptar la realidad y ser llamados retrógrados. Las respuestas que dan se sustentan en dos ideas que alimentan la esquizofrenia popular generada por la perversa ideología de género: relativismo e individualismo.

El sexo desaparece y es sustituido por el género, un término mucho más ambiguo que permite anclarlo a la subjetividad. Que hay dos sexos es muy fácil de comprobar, únicamente hay que observar lo que uno tiene en la entrepierna y, si nos ponemos más rigurosos, a la configuración de los cromosomas, pero en ambos casos las posibilidades son binarias.  De tal manera que, dependiendo del sexo y cromosomas, se es hombre o mujer y parece no haber conflicto al respecto. Para escapar de estos hechos incontestables, la ideología de género propone que ser hombre o mujer no depende del sexo de cada uno, sino de lo que ellos llaman género. Comúnmente, el género se suele entender como el conjunto de características y conductas atribuibles a cada sexo, es decir, los roles sociales que el varón y la mujer tenían en la sociedad. Así, habría unas cosas que son de hombres y otras de mujeres. En principio, ésta explicación daría a entender que, de nuevo, el género es binario. Se es del género masculino o del femenino. Sin embargo, este planteamiento tampoco se ajusta del todo al que rige hoy en día. A pesar de que se mantiene que hay un género masculino y femenino, se abre la posibilidad a que la configuración no sea binaria, sino que contemplan un sinfín de posibilidades diferentes, como los intergénero, género no binario y un largo etcétera en el que no merece la pena ser prolijo. El género no se fundamenta en algo que se pueda corroborar como el sexo, sino que es de libre elección de cada uno según se sienta en cada momento. Cuando se dice que se es hombre o mujer con ello no se quiere referir a si tengo un aparato reproductor determinado, sino a lo que me siento en cada momento.

Hasta aquí podría parecer que uno es de un sexo u otro y de un género que él escoja. Es decir, una misma persona podría ser, por ejemplo, de sexo masculino y de género femenino. Pero no, lo que sucede es que la ideología de género va más allá y lo que hace es eliminar el sexo como factor determinante para distinguir entre hombre y mujer y lo sustituye por el género. Cierto es que en muchos contextos se sigue usando la palabra sexo para referirse a la identidad de cada persona, pero el concepto que está operando es el de género. Se toma la palabra “sexo”, se la vacía de contenido y se la sustituye por el de género, por lo que género y sexo funcionan como sinónimos y se refieren a una única realidad: la identidad basada en el sentimiento. De ahí lo del relativismo como idea que vertebra la ideología de género, pues la verdad es la que siente cada uno en cada momento.

Llegados a este punto, creo que es razonable preguntarse por qué la identidad no se puede fundar en el sentimiento. Si asumimos que esto sea así, hay que llevar el argumento a sus últimas consecuencias: la identidad no se debe quedar sólo en el aspecto sexual, sino que abarca todos los aspectos de la realidad del individuo en relación consigo mismo. Esto significa que podríamos ir más allá y dejar a la libre autodeterminación basada en el sentimiento la identidad nacional (soy francés porque así lo siento), la identidad religiosa (hoy soy musulmán y mañana judío), la edad (nací hace 40 años pero me siento como si tuviese 18, ergo tengo 18) y así con todo los que nos haga ser lo que somos en tanto que individuos. De hecho, ya hay quien dice ser un lobo, un gato (los llamados transespecie)  o, cincuentones que dicen ser bebés y todos ellos reclaman ser reconocidos y tratados como aquello que dicen sentirse. El sentimiento no es algo estable, fluye. Siempre he pensado los sentimientos como un río de gran caudal y una corriente muy fuerte en el que nos refrescamos con mucho cuidado, pues de lo contrario, si nos zambullimos en sus aguas, nos arrastra y acabamos ahogándonos. El sentimiento es importante, pero ha de gobernarse por la razón. Además, se nos intenta hacer ver con la ideología de género que el sentimiento individual es sinónimo de verdad. Se cae en el más pernicioso relativismo, pues si la identidad está sujeta al sentimiento, puede darse el caso de que un niño, sin que sea necesariamente su culpa, se sienta su propio padre y, como tal, puesto que no se le puede negar su identidad, empiece a conducir, a beber alcohol y muchas otras cosas para las que se requiera cierta edad. Resulta llamativo cómo la gente tiene miedo de decir a alguien que está engañado, que no es verdad lo que dice y que la Verdad, como la Realidad, es una y el hombre no puede modificarla a su antojo. Todos estos disparates a los que lleva la ideología de género son fruto de filosofías inmanentistas para las que las cosas no son lo que son, sino que todo es en función de lo que perciba el sujeto. 

Obviemos por un momento la multitud de géneros distintos que hay y centrémonos en los dos más comunes: masculino y femenino, o lo que es lo mismo para ellos: hombre y mujer. De estos dos, tomemos a la mujer como el sexo de referencia.  

Llama la atención que a lo largo del documental, Matt Walsh hace una sola pregunta y ninguno de los adalides de la ideología de género es capaz de responderla: ¿Qué es ser mujer? Es curiosa la respuesta que dan todos ellos: mujer es quien se siente mujer. Caen en un círculo lógico (sin darse cuenta) y emplean en la definición lo que se trata de definir, por tanto su argumentación es totalmente falaz. Si se sienten mujer, es porque ha de haber una serie de características propias de algo a lo que llamamos por ese nombre. Lo primero que se nos viene a la cabeza cuando pensamos cuál podrían ser esos atributos son los órganos sexuales y su capacidad de dar a la luz, sin embargo, la ideología de género descarta que eso haga a la mujer, mujer. ¿Qué, entonces? ¿Los roles sociales, quizás? Esto vendría a decir que hay una serie de conductas que hacen las mujeres, como, por ejemplo, maquillarse, ponerse vestidos, interactuar de alguna manera, entre otras. Sin embargo, esto también me plantea un problema, pues esas conductas ¿responden a una naturaleza o son construcciones sociales? Si responden a una naturaleza, es decir, se actúa así porque es propio de la mujer actuar así, entonces habrá algún elemento diferencial en las personas que nos permita diferenciar a la mujer del hombre y que explique esas conductas. De ser así, las conductas que lleven a cabo las mujeres del todo el mundo serán las mismas independientemente de la raza, cultura y época histórica, pues se apoyan en algo fijo, estático, que es natural, no se puede cambiar. Podríamos pensar que ese elemento son los órganos sexuales femeninos, pero ya hemos dicho que la ideología de género rechaza esto. Parece, por tanto, que han de ser una construcción social. Además, parece que es así porque las conductas que tienen las mujeres no son iguales ni en todos lados ni a lo largo de la Historia. Por tanto, parece que hemos llegado a una definición de mujer: ser mujer es cumplir con los roles sociales y llevar a cabo conductas que se atribuyen a un determinado grupo social al que, arbitrariamente, se le ha designado con el nombre de mujer. Quizás esto es lo que Simone de Beauvoir quería decir con aquella manida cita: “mujer no se nace, se hace”.  Es como si la sociedad se hubiese puesto de acuerdo y hubiese dicho que maquillarse, ponerse vestidos, cuidarse el pelo, el gusto por los niños y una larga lista de conductas y roles sociales serán atribuidos a un grupo social al que denominan “mujer”, por lo que todo aquel individuo que se comporte de esa manera, es mujer. Sin embargo, esto tampoco es así, pues recordemos que hemos partido de la premisa de que se es mujer porque uno se siente mujer, por lo que una de esas personas que dice sentirse mujer (y, por ello, es mujer) podría llevar a cabo otra serie de conductas y roles sociales y seguir siendo mujer. Así que esta posibilidad también queda descartada. Además, ocurre que la ideología de género  junto con otros movimientos, en especial el feminista, defiende también la abolición de los roles sociales vigentes en la mayor parte de las sociedades por considerarlos frutos de un patriarcado machista (feminismo), que anquilosan la identidad sexual o de género de las personas. Por tanto, por muchos vestidos que uno se ponga o por muchos niños que dé a luz, eso no puede a hacer a una persona mujer. La cosa se complica, porque hemos dicho que ser mujer es sentirse mujer, pero ¿qué es ser mujer si no hay una manera determinada de sentirse mujer? Es tan mujer la que dice sentirlo y ha parido tres niños, se pone vestidos y le gusta cocinar, como la que tiene pene y testículos, el pecho peludo, una barba hasta el ombligo y le gusta pasearse en una Harley Davison escuchando rock and roll.

Analicemos el mencionado argumento de que ser mujer es sentirse mujer. A mí me salta a la cabeza una pregunta: cómo es sentirse algo que de lo que no hay una definición concreta. Quiero decir, si por ejemplo siento un dolor de estómago muy fuerte, ¿puedo decir que me siento “mujer? O si estoy muy contento, ¿puedo decir que me siento mujer? Parece que no. Entonces, ¿qué clase de sentimiento es el que te hace decir que eres mujer? Yo soy mujer porque… porque ¿qué? ¿Qué sientes? Imaginemos por un momento una persona ajena a la ideología de género o tu madre a la que preguntas si es mujer (quizás te mire un poco raro), a lo que contesta afirmativamente, por lo que le pides que explique qué le hace sentirse mujer, a lo que ella contesta que, dejando de lado su sexualidad y maternidad, ella es mujer porque menstrua, por ejemplo (puede ser cualquier cosa). Pues bien, ahora hay un individuo de dos metros con pene y testículos, una gran barba y muy velludo que dice sentirse mujer. Creo que es coherente preguntarle si acaso él menstrua o si es capaz de sentir el dolor que ello conlleva. Creo que podríamos decir sin temor a equivocarnos que su respuesta será negativa: claro que no menstrua y, muchos menos, siente dolor menstrual. Me es muy difícil entender qué siente alguien como el individuo del ejemplo cuando dice ser mujer.

Pero concedamos por un momento que la definición de mujer como una persona que siente serlo es correcta. Pues bien, no entiendo por qué, si esa persona que dice ser mujer y tiene pene, querría operarse para reconstruir sus genitales y transformarlos en una vagina. ¿No bastaba con el sentimiento para ser mujer? ¿Para qué operar? Sustituir el pene por la vagina supone una contradicción de acuerdo con la ideología de género, pues el sentir no basta para ser mujer, sino que para identificarse como tal adquieren unos rasgos físicos determinados, de lo que se deduce que para ser mujer se ha de tener al menos vagina, pues si no, no se operarían. Con esto no quiero decir que por el mero hecho de operarse ya sean mujer, pues por mucho que yo diga que soy Spiderman y me ponga una careta no lo soy. Además, a pesar de que se operen para tener vagina, no pueden tener hijos. Hay otros que no se operan pero consumen medicamentos para modificar sus hormonas y adquirir ciertos rasgos físicos como crecimiento de pechos o bloquear la testosterona. De nuevo, si lo hacen es porque creen que así se parecen más a una mujer, que vendría algo con unos rasgos físicos determinados.

Cosa similar a la anterior sucede con el argumento que algunos esgrimen diciendo que han nacido en el cuerpo equivocado, ya que nacer con pene no quiere decir ser hombre, según la ideología de género. Pero si unos individuos afirman que son mujeres (pues así lo sienten) y han nacido en un cuerpo en el que se sienten atrapados, que no es el suyo, un cuerpo que tiene pene, entonces se deduce de su argumentación que hay un cuerpo que es propio de mujeres y otro de hombres, pues si no, no dirían que están en un cuerpo equivocado, ya que una cosa así ni existiría, al poder autodeterminar la identidad sexual con un mero sentimiento. Pero los que deciden operarse es como si pensasen que son más mujeres que antes. De hechos, algunos no se hacen llamar así mismo como “mujer transexual”, sino simplemente mujer, que en el pasado tuvo una fase transexual. Pero si afirman esto, viene implícita la consecuencia de que hay unas mujeres que son más mujeres que otras. Según la ideología de género, ¿quién es más mujer: la que dice sentirlo y no se ha sometido a una operación de cambio de sexo o consumido hormonas o la que sí lo ha hecho? ¿O cuándo es una mujer más mujer, cuándo sólo lo siente o cuándo cambia su cuerpo? Parecen dar a entender que la que se siente mujer pero tiene pene es menos mujer que la que se ha operado.

 Hay gente que se refiere a algunos estudios que vendrían a indicar que las personas a las que se les llama transgénero o transexuales, presentan algunas características biológicas diferentes al resto de personas no transexuales, lo que vendría a corroborar, según ellos, que, de hecho, éstas personas son diferentes. Esto lo hacen para evitar que sea el sentimiento el único motivo para elegir la identidad sexual. De ser cierto lo que dicen, habría que examinar a todos aquellos que dicen ser mujer por el hecho de sentirlo para ver si presentan esa condición biológica, pues en caso de no darse, no podrán ser considerados aquello que alegan sentirse.  De lo que no se dan cuenta es que si de verdad tienen alguna diferencia física y biológica, entonces estaríamos hablando de una anomalía, no es algo normal. Si la anomalía se encuentra en los cromosomas o en el cerebro, está claro que éstas cosas no están bien, no se corresponden con un cerebro o configuración cromosómica normal, lo que produce una alteración en la conducta del sujeto. En otras palabras, si es cierto lo que dicen, entonces los transexuales estarían enfermos. Están enfermos porque no tienen bienestar físico y mental que les permita desarrollar su vida de manera adecuada. Están enfermos porque no son capaces de amar su cuerpo, de sentirse a gusto con él. No habría que suministrarles medicamentos para cambiar su cuerpo o someterles a cirugías de cambios de sexo, sino estudiar cuál puede ser una posible cura que les devuelva la posibilidad de estar en paz con su propio cuerpo e identidad. 

Como vemos, a pesar de todo lo expuesto, creo que todavía sigue sin en pie sin repuesta la pregunta de la que hemos partido: ¿Qué es ser una mujer? Creo que la ideología de género y todos sus adeptos no pueden responderla porque saben que caerían en contradicciones, de ahí que prefieran quedarse en una explicación falaz, un círculo lógico, y tachar de transfóbos o improperios semejantes a los que, de manera más que razonable, se atrevan a cuestionarlos. Si grito que el cielo es rojo y alguien se atreve a contradecirme, puedo aceptar que estoy en un error o, si tengo algún tipo de interés secundario (dinero, poder) por decir semejante mentira, calificar al que me ha corregido de ciego y acusarle de coartar mi libertad. Al final, creo que detrás de todas estas políticas y movimientos que beben de la ideología de género hay dinero, unos pocos que se lucran a base de promover mentiras. Resulta llamativo la desinformación que hay, por ejemplo, con los bloqueadores de pubertad y de hormonas, operaciones de cambio de sexo, tendencias suicidas en transexuales y un largo etcétera. Los estudios o no existen, o están sesgados. De hecho, creo que todas estas prácticas quirúrgicas y médicas son en realidad pruebas de laboratorio que se hacen con humanos como si fuesen conejillos de indias, como de hecho corrobora en el documental una mujer arrepentida de su cambio de sexo. Es también llamativo la poca libertad que tienen de expresarse aquellos que no están dispuestos a tragar con ésta ideología, no hay posibilidad de debate.

Considero que el género no existe, es simplemente una construcción ideológica que se ha hecho a medida para sostener todas las incongruencias de la ideología de género. Es más, de existir, habría únicamente dos y los roles que se asociasen al varón y la mujer vendrían determinados en el mayor número de casos por el sexo. Esta forma de entender el género no está sujeta a la subjetividad de cada uno, sino que el género va unido al sexo de manera indisociable. Es más, sexo y género serían términos equivalentes si los entendemos de este modo. Pero repito, no hay género, sólo sexo. Se es hombre o mujer independientemente de las tareas que uno lleve a cabo.

Todavía queda sin responder la pregunta inicial. Bien, creo que ha quedado bastante claro que la ideología de género no nos puede dar una respuesta mínimamente coherente que satisfaga lo que se pregunta, por lo que hemos de acudir a otras fuentes: la del sentido común. Lo evidente es que una mujer es un ser humano que tiene vagina y cromosomas XX y, hay quien le gusta añadir, elementos necesarios para poder  gestar y dar a la luz. Es común que muchos ataquen esta última afirmación argumentando que hay mujeres que son infértiles por lo que no entrarían bajo esta definición. Sin embargo, es un argumento débil, pues al igual que un caballo con tres patas sigue siendo caballo, o un oso panda albino sigue siendo oso panda, la mujer que, por alguna enfermedad o anomalía no puede ser madre, no deja de ser mujer. Ser madre no es un elemento esencial para ser mujer, pero sí que es una diferencia determinante entre las mujeres de verdad y quien dice serlo porque así lo siente. Jamás una mujer transexual, por muy operado que esté, podrá ser madre. La naturaleza es tozuda.

Por otro lado, cuando los defensores de la ideología de género se ven acorralados, utilizan un argumento a la desesperada que vendría a decir algo así como: ¿y qué te importa a ti lo que hagamos con nuestras vidas? Este argumento no es válido por dos razones. La primera es que lo que hacen ellos no sólo afecta a sus vidas, pues la tratan de imponer a los demás. A través de la política, medios de comunicación y la cultura, infiltran sus dogmas y se enfrentan y persiguen a todos los que no comulgan con ellos. Es normal ver en las noticias como a los niños desde pequeños tratan de inculcarles en todo lo relativo a la autodeterminación de sexo/género, o como a los jóvenes les bombardean constantemente en redes sociales con temas relacionados con lo mismo, por mencionar algunos casos. Por ello, es falsa esa acusación de que nos entrometamos en las vidas de los que promueven la ideología de género, pues ellos mismos buscan imponerla en las vidas de los demás.

La segunda razón creo que tiene más peso aun. El hombre es un animal sociable por naturaleza, le interesa lo que le ocurre al de al lado, nos preocupamos por él. Una cosa es inmiscuirse en la vida de los demás, que puede no estar bien, y otra bien diferente es que se nos pida no reaccionar ante una mentira, injusticia o sufrimiento ajeno. Si actuásemos como nos piden transexuales y sus defensores, entonces tampoco nos podría importar el cáncer infantil, las víctimas de violación, las guerras más allá de nuestras fronteras, o los oprimidos injustamente y, en definitiva, todo aquello que no nos afecte directa y exclusivamente a nosotros. Pero está claro que los humanos no nos comportamos así, por lo que al ver a un niño o adulto que quiere mutilar su cuerpo, o dice no ser lo que sus genitales muestran, entonces hemos de intentar corregir y evitar que esas personas caigan en un mal mayor.

Quizás si en su argumento empleamos otras palabras, podemos darnos cuenta de lo que realmente piden: qué más te da que neguemos lo evidente e impongamos a los demás nuestras mentiras para lucrarnos con ello si no te afecta tu vida. Es como si en vez de enseñar que 2+2=4, ésta gente dijese que el resultado es 5, así lo intentasen imponer en las escuelas y encima no permitiesen que alguien les diga que están mintiendo.

También se ve algo similar cuando a la gente le preguntan para dar su opinión sobre el tema, pues muchos dicen que si autodeterminar la identidad en base a un sentimiento les hace felices, allá ellos. Mientras lo que hagan los demás no me quite el sueño, que hagan lo que quieran. Una forma de pensar egoísta y simplona. En vez de corregir y señalar una mentira, es vivir en mi mundo, ajeno a lo que pasa a mí alrededor por cobardía y pereza. Además, no se dan cuenta de que cuando al mal no se le para desde el principio, crece cada vez más hasta que irremediablemente nos acaba afectando y no se puede hacer nada para frenarlo. Si de verdad la gente que emplea esta argumentación cree firmemente en lo que dice, entonces debería ser coherente consigo mismo y abrazar las consecuencias que se derivan de su forma de pensar. Si hemos de permitir a la gente que haga lo que le da la gana bajo pretexto de una aparente felicidad que no turba la burbuja en la que vivo, entonces no se podría castigar al que viola, miente, asesina, prevarica, en definitiva, haga el mal.  Al fin y al cabo, tanto este argumento como el anterior que usan los defensores de la ideología de género, se incardinan dentro del individualismo. Pero considero que el individualismo no es conciliable con nuestra natural sociabilidad.

Como mencionaba anteriormente, creo que el problema de la ideología de género y la libre autodeterminación de la identidad es consecuencia de una forma de ver el mundo cuyo origen está en las filosofías inmanentistas. En vez de reconocer la existencia de entes, de una realidad que es la que es independientemente del sujeto, primero ponen la conciencia, el yo, es decir, el sujeto. La realidad la pone el sujeto, no hay una realidad independiente, sino que todo es en función de lo que perciba. A lo que lleva esto es al relativismo e individualismo, entre otras cosas, pues ya no es posible afirmar que la Verdad es una y es la que es, sino que hay tantas verdades y realidades como sujetos haya. La verdad y la realidad pueden quedar diluidas en el mero sentimiento o parecer personal, como es el caso de la identidad sexual. Convendría una revisión de todas estas filosofías y retornar al realismo, pues las cosas son como son y ello es a la vez condición de posibilidad y garantía de nuestro conocimiento. Ante todo, hemos de reconocer lo evidente, pues cuestionarlo no nos hace más sabios, y asentir ante la Naturaleza, que el hombre no la puede cambiar a su antojo.

 

 

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